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martes, 20 de septiembre de 2011

LAS VENTANAS ROTAS

Hoy estaba paseando por las calles del pueblo con mis amigos. Todos corríamos de aquí para allá, con la pelota, jugando y riendo. Era muy divertido.

Entonces, sin venir a cuento, me detuve frente a aquel cristal roto que se perfilaba ante mi, con sus angulosas aristas cortantes en forma de estalactitas. Todos seguían corriendo de aquí para allá, con la pelota. Pero yo no podía apartar la mirada de aquel peligroso esperpento. La casa parecía en buen estado. Era seguro que una familia vivía allí.

Le pregunté a uno de mis amigos que por qué las ventanas de esa casa estaban rotas, a lo que me respondió que no lo sabía, pero que su padre le había dicho que las ventanas tenían que romperse cada cierto tiempo, sino el cristal se volvía blando y de mala calidad, no protegería de las inclemencias del tiempo y no se podría ver de un lado para otro con la suciedad.


Yo también había escuchado algo similar de los mayores. Un grupo de personas se encargaba de romper las ventanas cada muchos meses en el pueblo. Era por nuestra seguridad. Pero me había fijado bien y no parecía algo tan seguro. 

Cogí la pelota de mis amigos y la lancé contra el cristal, a ver que pasaba. El balón reventó, haciendo caer una de las aristas al suelo. Todos me habían mirado fijamente, haciendo reproches y señalándome. Yo les dije que la pelota, de no haber estado la ventana en ese estado no hubiera explotado, pero me decían que si yo sabía que estaba rota, que por qué la había tirado.

Me di la vuelta y me marché calle arriba. No me importaba lo que pensaran. A mi me parecía que las ventanas no tenían por que romperse cada poco tiempo. Me parecía feo, molesto y poco práctico. Además ¿Cómo es posible que alguien diga que es mejor romper una cosa para que no les molesten las inclemencias del tiempo por deterioro, cuando está claro que mientras está rota va a entrar el calor, el frío y los bichos? No tenía sentido. Si están sucias, simplemente bastaba con limpiarlas. 

De camino a mi casa me encontré con un adulto. A nuestro alrededor, todas las ventanas estaban rotas. Le pregunté por eso y me respondió que cómo hacía esas preguntas, pues bien era sabido que con una ventana vieja, los grados del interior de la casa bajan considerablemente. Le planteé como solución las cosas que había estado pensando mientras andaba y él me miró irritado y me dijo que era un niño y que no lo entendía. Se marchó. Más tarde me enteré que trabajaba de cristalero. Él se encargaba de colocar las ventanas. Y también se encargaba de convencer al resto de adultos que, en pleno orgasmo lingüístico-técnico, alardeaban de cuanto sabían sobre cambiar cristales y fabricación e instalación de ventanas.

Pensé en todas las familias que se quedaban sin caprichos y pasando alguna penuria por cambiar las ventanas. El invierno era muy duro. Pero, si el hombre de los cristales mentía y lo único que quería era más y más negocio a pesar del resto de los vecinos del pueblo ¿No sería más fácil que ese hombre se fuera y ya está?

En el fondo, creo que él es el único niño. Un niño muy mentiroso que se aprovecha de los demás.


Lexdubia

1 comentario:

  1. Me ha gustado leer y reflexionar sobre las ventanas rotas, estoy de acuerdo con usted
    un abrazo
    Ana

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