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miércoles, 29 de junio de 2011

Políticos y realidad

Esta mañana, mientras preparaba una maravillosa ensalada con lentejas y trigo, pude seguir por internet cómo una multitud de manifestantes relacionados con el movimiento 15-M impedían la entrada de los diputados al Parlament de Cataluña. Una treintena de éstos tuvieron que acceder en helicópteros de la policía al recinto en el que se celebraba la sesión en la que se aprobarían los presupuestos para la comunidad autónoma porque los indignados representaban un obstáculo insalvable.




Uno de los episodios que más me ha conmovido siempre de la revolución francesa, fíjate tú qué cosas, es el de los representantes del Tercer Estado que se reúnen en el salón del Juego de Pelota y se reconocen a sí mismos como Asamblea Nacional e inician un proceso constituyente. Bueno, a lo mejor me gusta por cómo me lo contó mi madre, que siempre ha sido muy de anteponer el simbolismo de los grandes gestos, sublimes y bellos, al rigor histórico. Para mi madre lo importante era que aquellos miembros del Tercer Estado no basaban su legitimidad en el edificio que acogía sus deliberaciones, sino en su propia calidad de depositarios de la soberanía. Se reunieran donde se reunieran.



Pensé en ello mientras calculaba lo que podría costar aquella operación de traslado de diputados en helicóptero, que se me representaba con la misma estética que la legendaria crisis de los rehenes de Teherán. Y me pregunté por qué aquellos descendientes directos del Tercer Estado prerrevolucionario, los herederos de la democracia burguesa, no fueron tan listos como sus aguerridos bisabuelos. Hubiera sido una inteligente jugada, y una buena muestra de reflejos, que los diputados catalanes se hubieran reunido en cualquier otro lado, qué sé yo, en un bar grande, en un polideportivo, en la casa de alguno de ellos. Y hubiera sido una inteligente jugada porque lo que el movimiento 15-M está poniendo en tela de juicio es precisamente la legitimidad de los representantes políticos. “Que no, que no, que no nos representan” es quizás el eslogan más afortunado de los muchos hallazgos que ha acuñado este movimiento ilustradísimo.



“¿No nos representan?” “¡La democracia real es el ejercicio del sufragio!” “¡Los diputados electos son la viva representación de la soberanía popular!” Los analistas serios, adultos y responsables de los medios serios, adultos y responsables, no han entendido o no han querido entender qué significa “que no nos representan”. Después de presumir durante años de la juventud mejor formada de la historia, de repente se sorprenden de que esta juventud se dé cuenta de que los políticos están legislando en función de lo que les dicta un conjunto de poderes oscuros, conocidos genéricamente como “mercados”, a los que nadie recuerda haber votado jamás. Los recortes sociales, la ampliación de la edad de jubilación, los tijeretazos salariales a funcionarios, ¡y a jubilados!, la reforma de la ley de los convenios laborales... estos señores serán nuestros legítimos representantes, pero no parecen estar legislando a favor de nuestros intereses. Eso es lo que significa “que no nos representan”, no creo que haya que ser una lumbrera para entenderlo.



En mi trabajo, ocasionalmente, tengo que hacer labores de selección de personal —aunque en puridad no me corresponde— y el otro día se me ocurrió analizar al presidente del gobierno y al jefe de la oposición como si fueran personas a las que yo tuviera que evaluar para una posible contratación, para trabajar conmigo en mi oficina. Y ninguno me serviría. Para empezar, sólo hablan español. Algo tan sencillo como eso. Resulta escandaloso cuando te lo planteas en esos términos. Las personas que ocupan los más altos puestos de responsabilidad están mucho peor preparadas que los grupos de jóvenes que han organizado esta enorme protesta. Al movimiento 15-M se le critica, y hasta se le ridiculiza, por no haber sido capaz de concretar, por no haber alumbrado una lista de propuestas que puedan ser incorporadas aunque sea parcialmente a la agenda política de los partidos tradicionales. A lo mejor es que
no lo pretenden, digo yo.



En La lengua de las mariposas, una maravillosa película de José Luis Cuerda basada en tres relatos de Manuel Rivas, se pone en boca del maestro del pueblo, interpretado por Fernando Fernán Gómez, un discurso breve en el que vaticina que si una sola generación de españoles fuera criada en los valores de la libertad, la razón y la igualdad, el Antiguo Régimen, el oscurantismo religioso, la ignorancia y la servidumbre, no podrían volver a implantarse nunca más. Y algo así pude sentir cada vez que estuve en la gran acampada de la Puerta del Sol, en el corazón de Madrid. Hay una generación, un amplio grupo de gente que no tiene miedo, que no se deja engañar por discursos vacíos y que tiene fuerzas, ganas y herramientas intelectuales para rediseñar el futuro de arriba a abajo. Por ahora lo están intentando, salvo contadísimas excepciones, por vías pacíficas, originales, creativas y llenas de sentido del humor. Desde hace semanas se organizan asambleas populares en los barrios. Mi barrio, Carabanchel, es un barrio obrero, con mucha inmigración, muchas personas mayores y muchas familias golpeadas por la crisis y el desempleo. En mi barrio la policía acostumbra a hacer redadas indiscriminadas en la boca del metro de Oporto a la caza de irregulares, personas sin documentación, carne de Centro de Retención. En mi barrio hasta hace semanas la gente se miraba con miedo. El día de la primera asamblea de barrio pude ver a centenares de personas de todas las edades exponiendo sus quejas, sus problemas, aventurando soluciones, reunidas en grupos hablando de política. Puede que nunca se concreten medidas inspiradas en esta experiencia pero ya, aunque no pase nada más, mi barrio es un barrio mejor, más digno y más habitable. La utopía puede ser un horizonte inalcanzable, pero sin horizontes inalcanzables no se avanza nunca. Y no se va a ninguna parte.



Este movimiento está condenado a consolidarse y a crecer. No va a ser barrido por las primeras lluvias del próximo otoño. Se está haciendo fuerte en los barrios y en las universidades (la pata que cojea es la de los centros de trabajo, cinco millones de parados y más de un 40% de paro juvenil son buenos elementos disuasorios a la hora de proponer una asamblea de trabajadores en, por poner un ejemplo, un call-center.). Y los partidos están tan obcecados en sus batallas por cada mínima partícula de poder que no pueden permitirse dedicar ningún esfuerzo a analizar las brechas que han provocado esta eclosión. No les interesa. Queda fuera de su campo de visión. El 15-M ocurre en otro planeta, en otra dimensión. En una dimensión que se llama realidad y en la que, por lo que se ve, a los políticos no se les ha perdido nada.

Por Alicia Ramos

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